La serie está trabajada  sobre plásticos cristal de colores transparentes, celestes, azules, turquesas y rosas. Para el dibujo utilicé diversas fibras con tintas indelebles. Las obras fueron montadas sobre lona plástica blanca para ambas muestras, pero también podrían colgarse sobre las paredes. La serie está compuesta por 10 obras.

El trabajo surge a partir de fotografías de cuerpos en movimiento, tomadas durante una improvisación como técnica. Trabajé con bailarinas y yo también bailé.
En una segunda instancia, elegí las fotos que más me interesaban y las imprimí en diversos tamaños. Las fui pegando sobre las paredes de mi taller y luego tomé una plancha de plástico cristal y la coloqué encima de ellas.
A continuación, puse las fotos en  relación dinámica. Las combiné una y otra vez hasta que dieran una intención que me interesara.
Mi propósito era encontrar la trama del movimiento, una escritura que se servía de las fotos como guías de tensión para dibujar sobre el plástico. Así apareció una suerte de caligrafía de lo que se mueve, el trazo de la experiencia del movimiento. Una gestualidad que no era calco de la apariencia capturada por la cámara, sino el trayecto de un sentido  que abandona la forma primera hacia su propio desarrollo.
En el transcurso de la experiencia comenzó a aparecer  “una imagen motora” que me exigía agregar más fotos, invirtiéndolas, recortándolas, enlazándolas, en suma: acentuando la noción del espíritu del movimiento desde su origen hacia la forma material del mismo.
El hallazgo ocurrió cuando me di cuenta de que podía superponer, recortar y pegar los plásticos y el material pasó de la línea al volumen, como si el azar pintara por la suma del color. Para la exposición colgué junto con las obras textos  aislados impresos en papel. Una suerte de escritura poética que dialogaba con los procedimientos que empleé para llegar al resultado plástico.